Algunos artistas conciben la escultura como una performance, donde el proceso de creación es tan importante como la obra final. El acto de modelar, cortar, ensamblar o destruir se vuelve parte del discurso artístico y es presentado ante un público, que asiste a la gestación de la obra en tiempo real. Este enfoque enfatiza lo efímero y lo procesual, otorgando prioridad a la vivencia y a la memoria sobre el resultado físico. El arte deja de ser solo objeto y se convierte en acontecimiento, implicando a todos los presentes en una experiencia única e irrepetible.
En la escultura performática, el espectador puede dejar de ser un mero observador pasivo para convertirse en agente activo de la obra. Muchas instalaciones escultóricas actuales requieren la participación del público para completarse, activarse o transformarse. Este enfoque destaca la dimensión relacional del arte, privilegiando el encuentro, el juego y la colaboración. La interactividad redefine la noción de autoría y permite que la escultura se mantenga en constante cambio mientras existan quienes deseen interactuar con ella, rompiendo definitivamente la distancia entre el arte y la vida cotidiana.
El movimiento, ya sea físico o sugerido, cuenta con un importante papel en la escultura contemporánea. El arte cinético utiliza motores, mecanismos o fuerzas naturales como el viento para dotar a las piezas de movimiento real, desafiando la percepción de la escultura como forma inerte. Desde delicados móviles hasta complejas instalaciones mecánicas, la integración del movimiento invita a nuevas lecturas sobre el tiempo, la transformación y la impermanencia. Así, el arte escultórico dialoga constantemente con el espacio y el entorno, convirtiéndose en un organismo dinámico.